miércoles, 12 de diciembre de 2012

HECTOR EN LA VEREDA




Se escuchaba el sonido en la vereda.
- Ahí salió Héctor – Decíamos.
Ahí estabas,  recorriendo la cuadra en tu silla de ruedas.
Todos te saludaban y vos respondías esos saludos a tu manera, haciendo comentarios y gestos que todos ya entendíamos. Te detenías en cada casa en la que había gente afuera. Todos te conocían, vos habías nacido y te habías  criado allí.
El sonido de las ruedas resonaban durante el día al igual que el sonido de tus palabras que salían de tu garganta de la forma que vos podías expresarlas.
Los que te conocíamos podíamos saber que significaban esos gestos y sonidos.
Sentada en una silla en la vereda de la casa, bajo un enorme paraíso, se encontraba tu madre que desde allí te vigilaba.
Recorrías esa cuadra una y otra vez, impulsado por una pierna, la que no había sido afectada y vos podías dominar muy bien.
Hacías incansablemente el mismo recorrido ida y vuelta varias veces y si encontrabas a alguien volvías hasta donde estaba tu madre y moviendo tu brazo, haciendo gestos y emitiendo sonidos le contabas lo que habías visto, con quien habías estado. Tu madre pacientemente te escuchaba y mantenían un fluido dialogo.
De niña te veía, hablaba con vos y nos seguías en nuestros juegos.
De adulta,  tu madre me conto tu historia:
- Nadie nunca me explicó que pasó. Solamente me lo entregaron y me dijeron señora su hijo nació con parálisis cerebral, no vivirá muchos años y aun no sabemos que tiene afectado. – Sus ojos se llenaron de lágrimas y continuó diciéndome – Yo no sé qué será de él si nosotros nos vamos antes. Nadie lo va a querer cuidar.
Yo no supe que responder ante eso, ¿había alguna respuesta posible para calmarla? No lo sé.
Los años pasaron, ya sos adulto y la última vez que te vi ya pintabas canas.
Alguien ahora empujaba tu silla y por momentos vos con tu pierna te impulsabas. Siempre con una gran sonrisa saludando aquí y allá.
Tu padre ya se marchó pero tu madre te sigue acompañando y yo la admiro en silencio, su vida no fue fácil y ahora ella también enfrenta su propia enfermedad, pero a pesar de eso contináa adelante con todo su amor hacia vos.
Así, aun hoy,  después de los años puede verse en la vereda de ese barrio a un hombre que con una pierna empuja su silla de ruedas de aquí para allá y una mujer delgada, con la marca de los años y la enfermedad, en una silla sentada pacientemente lo vigila.

Un pequeño homenaje a Héctor,  quien padece parálisis cerebral que le afecto la movilidad de la mitad de su cuerpo y el habla,  pero que a pesar de eso siguió adelante dándose a entender, siendo independiente en su silla de ruedas a su manera.
Un homenaje también para una madre y todo el sacrificio para atender a su hijo, mas allá del amor,  ella debía estar las veinticuatro horas para él, bañarlo, darle de comer, cambiarlo, alzarlo no es tarea fácil ni aun cuando el amor es el de una madre.
Y un llamado a quienes están a cargo de la ayuda a discapacitados, Héctor nunca pudo recibir la ayuda en rehabilitación que necesitaba simplemente porque sus padres carecían del dinero suficiente.  Su silla de ruedas no era la recomendada pero era la única que se pudo conseguir mediante una donación.  Alguien debe hacerse cargo de todas las necesidades de todos los Héctor que merecen una mejor calidad de vida.


Mafiqui



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